Me apasiona la aventura, me encanta viajar en moto y perderme por carreteras infinitas, por eso decidí hacer la Panamericana. Quería hacerlo en solitario y vivir la aventura siempre soñada, mi moto, yo y carreteras sin fin.
Aunque lo habitual es hacerlo de Norte a Sur - en otra época de año más benévola - mi planteamiento fue hacerlo de Sur a Norte aprovechando que era verano en el hemisferio sur y considerando que esas rutas iban a ser las más difíciles. A partir de Estados Unidos encontraría buenas carreteras. Mi primer reto era cruzar América del Sur, y quizás Centroamérica también sería difícil. La primera idea fue hacerlo con una BMW F800 GS Adventure, una buena máquina para el off road y no con demasiada electrónica, pero en la Daytona Beach Bike Week me enamoré de la Indian Roadmaster y me compré una. Le hice casi 6.000 millas y disfruté cada una de ellas. Confiaba plenamente en ella a pesar de ser una voluminosa moto touring.
En contra de todos los consejos, decidí irme a la aventura con mi Indian Roadmaster. Mi aventura empezó al recibir la moto en Punta Arenas, Chile. Mi buen amigo Peter Wurmer se ocupó de enviármela desde Los Ángeles. Comencé mi viaje desde Ushuaia, y todos los compañeros motoristas que me fui encontrando por el camino admiraban mi Indian - esta marca legendaria no tenía representación en estos países en aquel momento. Muchos de aquellos moteros se mantuvieron en contacto conmigo y siguieron mi aventura por las redes sociales. Y cuando conocí a Mario Arturo Montoro, del gran club de moteros chilenos “La hermandad del Sur”, en un peaje, el número de seguidores aumentó notablemente y algunos incluso se acercaron para saludarme por la carretera. Tanto fue así que, en alguna gasolinera, salían todos los empleados a hacerse la foto con el “gringo de la Indian”. Viajaba solo, pero los amigos moteros están por todas partes y me sentía muy apoyado. En un control policial de Panamá, ya muy cerca de la frontera con Costa Rica, me detuvieron porque un funcionario de inmigración había olvidado sellarme el permiso de conducir. La policía confiscó mi moto y me hicieron alojar en un hotel hasta que se celebrara el juicio. Llamé a Franco Santalucia, amigo motero que había organizado una presentación mía la noche anterior en Panamá City. A la media hora, Eros, el presidente del 507 Extreme Club, se presentó para decirme que al día siguiente me recogería alguien y me acompañaría al Juzgado. A la mañana siguiente se presentó Meibis Zamudio, una encantadora panameña que estuvo todo el día conmigo en los juzgados haciendo gestiones para solucionar el problema lo antes posible. A última hora de la tarde, fui juzgado y absuelto y después escoltado hasta salir de Panamá. ¿No es grande la hermandad de los moteros de todo el mundo?, estoy enormemente agradecido por ello.
Aunque llevaba una pequeña tienda y saco de dormir, conseguí siempre una habitación donde descansar y poder guardar la moto cubierta – a menudo de forma bastante original. Cada vez eran más numerosos los mensajes de apoyo que recibía y esto me daba moral y energía para seguir. A pesar de las dificultades en las pistas de tierra y las gasolinas de muy bajo octanaje, iba encantado con mi moto. El paso por Centroamérica fue un poco más complicado y mi GPS no funcionaba, pero solo había que seguir hacia el Norte.
Pasar por tres países el mismo día es una curiosa experiencia. En algunas zonas daba mucho respeto el ver el calibre del armamento que llevan algunos vigilantes…
Cuando llevaba casi 16.000 kilómetros - muchos de ellos sobre tierra - fui a un concesionario de motos en San Luis Potosí, México. Conocí al dueño, Ricardo José y solicité hacer un cambio de aceite, pero además me cambiaron el filtro, limpiaron el del aire y lavaron la moto. Cuando fui a pagar me dijo “Que lo disfrutes, para nosotros ha sido un honor hacer esto por ti”. Y no me quiso cobrar nada. Una vez más les quiero agradecer su gentileza.
En Los Ángeles cambié los neumáticos. Se notaba que habían sufrido los caminos de tierra y los agujeros en el pavimento. Me reuní con mi buen amigo Peter Wurmer, en su época gran motero y fundador del EagleRider. Me felicitó por haber llegado hasta allí y me pregunto si esperaría a mayo para reemprender el viaje hacia Alaska en mejores condiciones climáticas. ¡De ninguna manera! Mi intención era no esperar y seguir hacia el Norte, pese al mal tiempo que me aguardaba en esa dirección.
Empecé a ver nieve al lado de la carretera por la Trans-Cánada-Highway 1, acercándome a Kamloops, Canadá. A partir de aquí la carretera empezó a complicarse y había que estar muy atento ya que había hielo y nieve cada vez con más frecuencia. Las temperaturas bajaron mucho y cómo iba con unas zapatillas deportivas, tuve que parar a comprarme unas botas. Ya se empezaban a ver letreros de Alaska y esto inconscientemente me iba animando al saber que cada vez estaba más cerca del lejano Norte. Encontré una señal que indicaba que, “del 1 de octubre al 30 de abril, los coches y caravanas debían llevar neumáticos de invierno y los camiones cadenas”. ¡No ponía nada de las motos! Así que continué mi camino.
La carretera empezaba a estar en muchas zonas blanca, pero se podía circular bien y llegue hasta Bell Lodge donde se ubica The Last Frontier Heliskiing, uno de los centros más conocidos y más grandes de Heliskiing (remonte de esquí en helicóptero).
Mientras repostaba, llegó un leñador con su vetusta camioneta repleta de troncos y estuvimos hablando. Me aconsejó que no siguiera hacia el norte porque él venía de allí, estaba nevando y con la moto no podría pasar. Una vez más me dije a mí mismo que si había llegado tan lejos no me pararía allí.
En invierno las gasolineras del norte no están atendidas. En una de ellas había demasiada nieve y se me cayó la moto. Para mí era imposible levantarla. Al cabo de un rato vi que entre la arboleda salía humo de una chimenea, me acerqué y encontré una casa. Llamé a la puerta y una amable persona me acompañó enseguida hasta la moto para ayudarme a levantarla.
A partir de aquí, la carretera estaba nevada y la nieve solo desaparecía en contadas ocasiones. Al llegar a la frontera de Alaska, uno de los policías era motero y me dijo, muy simpático, que llevaba 14 años destacado en aquel puesto fronterizo y que nunca había visto una moto en aquella estación del año. Intentó hacerme desistir de continuar hacia Anchorage, ya que el parque estaba cerrado por la nieve y además se avecinaba una tormenta. Obviamente estaba muy preocupado porque yo quisiera seguir conduciendo en esas condiciones. Para tranquilizarle le pregunté por el hotel más cercano para pasar la noche. Ese día hice 1.093 km en 15 horas y media. Sabía que iba a ser mi oportunidad y la aproveché – y lo conseguí. Por fin llegué a Tok, Alaska a tan solo 530 kilómetros de Anchorage. Sabía que había llegado al punto más al norte de mi viaje, y que después de Anchorage solo me quedaba un puerto de montaña.
A la mañana siguiente las condiciones de la carretera comenzaron a mejorar y empecé a viajar más rápido. Cuando paré en una gasolinera, encontré una pareja local con una pick up cargada de leña. Estuvieron muy interesados en todo mi viaje y una vez más escuche que no podría llegar porque había un puerto y estaba nevando.
El paisaje era inmenso y el cielo se volvía más oscuro y amenazante a medida que subía. Creo que mi Roadmaster estaba tanto o más emocionada que yo por superar esta última prueba… Y entonces, finalmente, ¡llegamos a la cima! Pero aquello aún no había acabado – Nunca habría imaginado que el descenso por el otro lado fuese tan deslizante y complicado. Las curvas en el camino eventualmente disminuyeron por lo que se hizo mucho más fácil. La lluvia me acompaño todo el camino hasta Anchorage, y cuando finalmente entré en la ciudad estaba gritando de alegría.
Contra todo pronóstico, lo había conseguido. Solo, pero lo más importante ¡acompañado de todos los amigos y moteros que me habían seguido durante el recorrido y que me estaban llamando y escribiendo sin cesar!
wHabía recorrido en solitario toda América de Sur a Norte pasando por 14 países con una Indian Roadmaster.
Muchos me preguntan cómo pude recorrer tantas millas sobre nieve. Tuve mucha, muchísima suerte porque sabía que si me caía no podría levantar la moto yo solo. La temperatura más baja fue -23º según el termómetro de la moto y prueba de ello son los carámbanos del guardabarros delantero. No llevaba ropa preparada para estas temperaturas, pero el asiento y los puños calefactables fueron una gran ayuda.
Escribí un libro sobre este viaje basado en las notas que fui generando diariamente y la compilación de los datos de kilómetros, horas en moto, promedios y los problemas y múltiples anécdotas que fui viviendo en esta aventura sin igual.
Sigo feliz con mi Indian Roadmaster 2016 con la que continúo recorriendo miles de millas por Estados Unidos.
Víctor Muntané
Deja una respuesta